En la espera de algún tiempo más noble, me entretengo contando puntitos rojos en la pared. En el momento en que comienzan a volverse muñequitos diminutos, los dejos de mirar. Sin embargo los hombrecitos no deciden desvanecerse y comienzan a bailar danzas étnicas en lo marginal de mi piel. Agarro uno, con presión amenazante, pero el muy astuto sólo se ríe. Adjudica cosquillas, y el resto ríe con complicidad. No niego que algo de todo eso me resulta un tanto divertido, pero también indignante. Poco puedo hacer al respecto. Por ello devuelvo uno a uno los muñequitos a la pared y sigo mirando los puntitos sangre. Al contemplar la ausencia de uno de ellos, miro para adentro y lo veo, silueta femenina, grabadita en mi pupila. Tatuaje del tiempo, decide quedarse, habitar el espacio, preparar té para acompañar la espera.