Cuando el transeúnte le preguntó del por qué de su aspecto, no atinó respuesta alguna. Dudó, pensó, siguió dudando y sólo le alcanzó con descorchar una mujercita, de las cuatro o cinco que llevaba en el bolsillo. La bebió con delectación, extendió su brazo y le ofreció un trago al transeúnte. Esperó unos segundos con el brazo extendido y luego retiró a la señorita, dejándola a los pies de la silla de madera. El transeúnte, como no podía ser de otra manera, dio tres pasos hacia la puerta, se detuvo, parándose con los pies juntitos y dio la exacta cantidad de pasos necesarios como para salir del cuarto y perderse en el reflejo del sol. La mujercita vacía a los pies de la silla esperaba ansiosa a ser pateada casualmente por algún otro transeúnte cualquiera.De las esperas en puntapies.
Cuando el transeúnte le preguntó del por qué de su aspecto, no atinó respuesta alguna. Dudó, pensó, siguió dudando y sólo le alcanzó con descorchar una mujercita, de las cuatro o cinco que llevaba en el bolsillo. La bebió con delectación, extendió su brazo y le ofreció un trago al transeúnte. Esperó unos segundos con el brazo extendido y luego retiró a la señorita, dejándola a los pies de la silla de madera. El transeúnte, como no podía ser de otra manera, dio tres pasos hacia la puerta, se detuvo, parándose con los pies juntitos y dio la exacta cantidad de pasos necesarios como para salir del cuarto y perderse en el reflejo del sol. La mujercita vacía a los pies de la silla esperaba ansiosa a ser pateada casualmente por algún otro transeúnte cualquiera.
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