Como un Moisés con afanes modernistas, extiendo abiertas mis palmas y las aguas se abren. Las gotas, suspendidas, no hacen más que humedecer mi cabello y salar mi boca. De entre la escueta población de fieles, por gentileza, dejo pasar a una anciana achacosa que me mira estupefacta. Ella avanza, cansina, mostrando decadas en cada pisada, hasta la orilla prometida. Yo contemplo magnánimo su añoso caminar, mi generosa caballerosidad... Alcanzo a darme vuelta y el océano se derrite encima mío. Los peces se ríen en mis oídos. Desde el fondo del mar insulto, intempestivo, a la anciana...ella sólo salpica sus pies...