Montes de agua marina en el lugar menos pensado.
Ella escala agarrándose con cierta maestría.
Sus dedos mojados y su boca atenta le sirven para sujetarse.
Llega a la sima, mira por sobre el hombro y luego de una leve sonrisa empieza un lento descenso
recorriendo con su lengua húmeda la ladera más rocosa.
Por eso me gusta.
Me quedo en el paisaje, al menos un ratito más.
Ella sube y baja cuando quiere.
La gente no la mira, y por eso se acuesta a dormir.
Mil suspiros la despiertan expectante.