¿Alguien dudó, acaso, de las verdaderas intenciones de un contubernio semejante? Bueno, quizás habría que haberlo pensado antes. Era cuestión de tiempo para que decidieran manchar sus manos de felpa y, pudriéndose de rencor, alzar sus piolines en clara señal de protesta. Y si acaso alguien no entendía del porqué del llanto infantil, entonces sólo se debería hablar de sencilla estupidez.