Si la ilusión se mantenía kilometrada, ahora se desvanece por la imposibilidad de la fe, por el candor que ni el más fundamentalista puede sostener.
Un avión con sobrecarga de tristeza. Y yo, el más estúpido de los acólitos, utilitario de la oración, pérfido ateo, rey canalla entre de los creyentes, la busco entre el smog y la cuarta estrella arriba del edificio de enfrente.
Salinizo los ojos y retumbo en la frase nunca dicha, me lamento por el secreto contado en voz baja, en voz de secreto. Nostalgizo por adelantado la melodía compartida, a cuenta de los años niños que vienen, del calentamiento global que abre una sucursal en el medio de mi pecho.
Y sí, alguna vez me sorprendí porque el corazón no deja de latir hasta que morimos, por el saber que se ve bien en el espejo, por la piel que aun huele a tierra húmeda, a café recién molido.
Y el almacén de suspiros sin una sola entrega.