Mi cama durmió con una mujer. Y ahora dice que la extraña. Tiene las sábanas melancolizadas, dice. El problema es que se niega a acunarme, habla de tatuajes de sueño, de haber sido marcada, de una clase rara de infección. Desde hace tres noches amanezco durmiendo en el piso. Tengo miedo de que mi cama se fugue. La tendría que salir a buscar en pijama.
El otro día vi un elefante desde mi ventana. Estaba parado en la medianera del vecino. Un elefante disfrazado de pajarito. El traje casi perfecto, la trompa bien camuflada, un silbido entonado y sin embargo su actitud dejaba un poco que desear. No podía ocultar su mirada, la de elefante, de esas gordas y pesadas, que tienen tierra en el lomo y trompas en las narices. Las cosas que hay que andar viendo, un elefante disfrazado. Hasta a volar había aprendido con tal de despistar. Parece que hay un corso de animales disfrazados. Lo único que yo le pedí es que me invitara.
...un pelo sale de mi pluma amenazando con una pubertad literaria...
Me encuentro desmontando salamines y afilando escarbadientes. Pretendo realizar fallidos intentos suicidas. Clavo las pequeñas puntas atravesando superfluas capas de piel hasta intentar llegar a algún órgano importante, decisivo. La muerte me enseña carozo, no aceituna.