María alcanzó la edad temprana, la edad.
Fue desde su cuerpo salado donde saltó a su encuentro.
Calientito a su mirada, él repuso los dados dentro del cubilete, sobre la mesa, y empezó de nuevo.
Cuatro al cuatro, y uno perdido, prácticamente hermético.
Como quien no quiere la cosa, ella comenzó a saborearlo, alimentando mojarras y lombrices estomacales.
Él calculó el tiempo, hacía cuánto ella no lo miraba, y lloró una tinta de lo más clara y liviana.
Sus órganos muertos, de dolor, de risa, de ella, no lo dejaban en paz y como una oveja que sabe peinar sus lanas al viento vientre, no pudo desatar el nombre de lo salado.
Ella intentó, con sus cuatro manos llenar el aire, reunión de huesitos, con luz de su vientre enfermo.
Él dejó los dados en la mesa, desordenados, casi muertos y se fue.
María permaneció quieta, expectante, como una pequeña y enrojecida flor cúbica.
Fue desde su cuerpo salado donde saltó a su encuentro.
Calientito a su mirada, él repuso los dados dentro del cubilete, sobre la mesa, y empezó de nuevo.
Cuatro al cuatro, y uno perdido, prácticamente hermético.
Como quien no quiere la cosa, ella comenzó a saborearlo, alimentando mojarras y lombrices estomacales.
Él calculó el tiempo, hacía cuánto ella no lo miraba, y lloró una tinta de lo más clara y liviana.
Sus órganos muertos, de dolor, de risa, de ella, no lo dejaban en paz y como una oveja que sabe peinar sus lanas al viento vientre, no pudo desatar el nombre de lo salado.
Ella intentó, con sus cuatro manos llenar el aire, reunión de huesitos, con luz de su vientre enfermo.
Él dejó los dados en la mesa, desordenados, casi muertos y se fue.
María permaneció quieta, expectante, como una pequeña y enrojecida flor cúbica.