Acanalado



Si hasta el mar salio viento y supo distinto,
que ya no me volvió pato pastor.
Y la lluvia otro tanto.
Para papá pato patito.
Y piernas flacas.
Escribí encuentro desabrigado.
Garantizame un graznido duro, petiso, de colador.
No me gusta hablar con diminutivos.

Ni si-quiera...

Si la ilusión se mantenía kilometrada, ahora se desvanece por la imposibilidad de la fe, por el candor que ni el más fundamentalista puede sostener.

Un avión con sobrecarga de tristeza. Y yo, el más estúpido de los acólitos, utilitario de la oración, pérfido ateo, rey canalla entre de los creyentes, la busco entre el smog y la cuarta estrella arriba del edificio de enfrente.

Salinizo los ojos y retumbo en la frase nunca dicha, me lamento por el secreto contado en voz baja, en voz de secreto. Nostalgizo por adelantado la melodía compartida, a cuenta de los años niños que vienen, del calentamiento global que abre una sucursal en el medio de mi pecho.

Y sí, alguna vez me sorprendí porque el corazón no deja de latir hasta que morimos, por el saber que se ve bien en el espejo, por la piel que aun huele a tierra húmeda, a café recién molido.

Y el almacén de suspiros sin una sola entrega.

¿Revisionismo Histórico?


"Porque si bien ya no soy el pequeño que soñaba con Uriburu y se despertaba pensando en Alsina, no puedo evitar que se me erice la piel cuando escucho el nombre de los patriarcas de la patria ¿Donde están los hombres?¿Dónde quedaron los Alsina, los Castelli, los Anchorena…? ¿Donde está Moreno? ¿Dónde está mi general Lamadrid? Y no me vengan a hablar de Dorrego, que ya tengo suficiente… y si me viene a buscar Urquiza, díganle que me fui, que no me encontrará… No podemos permitir que esto siga así, que Castelli y Viamonte anden correteando colegialas mientras Ohiggins los mira patitieso… No señor! Tenemos que buscar una patria que ya no se encuentre, que esté en los bolsillos de un Artigas, en la americana del Libertador. Quiero que Viamonte me mire a la cara y me diga que no sabe nada de las porquerías de Urquiza y Belgrano. Parece que hace falta que aparezca Rivadavia, colándose entre los molinetes del ferrocarril mientras Roca le hace de campana para que nos demos cuenta que esta todo pervertido. Rivadavia… entre ceja y ceja…"

De lo intrascendente a la planificación


  • Reúno un ejército de cucarachas para entrenarlas en alguna especialidad.
  • Consigo arvejas y las pongo sobre el pasto de una plaza.
  • Desvío gotas de lluvia soplando bien fuerte.
  • Cuento cuántos azulejos cortados tiene mi baño.
  • Calculo cuantos de los azulejos cortados de mi baño formarían azulejos completos.
  • Me hago reportajes a mi mismo en idiomas que desconozco.
  • Miro a personas conocidas cuando no saben que son vistas.
  • Trato de pensar dónde estarán todas las cosas que perdí.
  • Le juego apuestas a los semáforos.
  • Busco ante el espejo el momento exacto en que la sonrisa se convierte en tristeza.
  • Finjo sentimientos y dolencias cuando camino por la calle.
  • Apago los cigarrillos antes de que lleguen al dibujito para así fumar menos.
  • Creo que soy superdotado para alguna actividad que desconozco.
  • Nunca camino por debajo de un andamio y esquivo las tapas de electricidad.
  • Tomo leche descremada.
  • Trato de presenciar el momento exacto en que me quedo dormido.
  • Pretendo tener un hijo y que se parezca a mí.
  • Escucho todas las conversaciones de extraños.
  • Cuando viajo en colectivo le hago morisquetas a los otros pasajeros cuando no me ven.
  • Hago muñequitos de papel y los dejo en los asientos pensando en que alguien los va agarrar.
  • Me gustaría reunir todas las fotos de extraños en las que aparezco caminando a lo lejos.

De las esperas en puntapies.

Cuando el transeúnte le preguntó del por qué de su aspecto, no atinó respuesta alguna. Dudó, pensó, siguió dudando y sólo le alcanzó con descorchar una mujercita, de las cuatro o cinco que llevaba en el bolsillo. La bebió con delectación, extendió su brazo y le ofreció un trago al transeúnte. Esperó unos segundos con el brazo extendido y luego retiró a la señorita, dejándola a los pies de la silla de madera. El transeúnte, como no podía ser de otra manera, dio tres pasos hacia la puerta, se detuvo, parándose con los pies juntitos y dio la exacta cantidad de pasos necesarios como para salir del cuarto y perderse en el reflejo del sol. La mujercita vacía a los pies de la silla esperaba ansiosa a ser pateada casualmente por algún otro transeúnte cualquiera.