Y en las vueltas más lunares, el que no duerme, patina.
De tanto en tanto mira lo profundo de su suela,
sonríe de reojo a quien se encuentra próximo
y sigue deslizándose por los azulejos.

Carrera mar

Me habló un sábalo con mal temperamento,
y no dijo nada que no supiese:
me dijo que los sábalos no hablaban.
Ufa...

Con tanta letra no puedo distinguir si la palabra se dice o se escribe.
Yo por las dudas gesticulo de más,
miro con desconfianza,
río tímidamente
y cada tanto muestro todos los dientes.
De tanta señorita arremolinada,
parece como si se oxidara el aire

Inundado de coyuntura


Aprieto los dientes para no gritar, pero en vez de eso se escucha un chirriar ensordecedor.
Llega el tiempo de los cachetazos fugaces,
de los insultos desprevenidos,
de un mirar rojo colorado bermellón.
En estos momentos dependo de manifiestos de ocasión y ensayo discursos que dibujan los contornos de lo nublado,
los puntos sin coma.
Tengo las venas despeinadas y por más empeño que pongo, sigo nadando en saliva espesa.


Oscultando exageraciones



El pálpito de ser lo peor se convierte en una operación afectiva, como un mugido de vaca, o la certeza del pez vuelta aleta, o alguna mujer vuelta figurita coleccionable.
Practico tiro al blanco, al rojo y al violeta, que son todos el mismo por mirarme con entonada estupidez.
Calculo por calcular, por divertimento matemático, entonces decapito fósforos y alfileres.
Che, la cabeza es solo mía, y por mía nada más, si se portara bien la dejaría dar una vuelta en ella misma.
Por último agarro la copa más filosa y en un furor de brazo veloz, la arremeto contra los aires esperando que haga contacto con alguna cabeza, con esa desprevenida, con la paseante más dominguera.

De algunas salvaciones

Los arrecifes no supieron contenerlo. 
Necesitaba armar su pequeña barcaza 
y salir nuevamente. 
Juntó troncos, hojas, semillas, alguna que otra raíz, 
juntó los suspiros uno a uno, las palabras dichas a nadie, 
la sombra de la tardecita y unos cuantos granos de arena. 
Luego, a falta de otras manos, se estrechó a sí mismo las palmas, 
en fraternal saludo. 
Se miró cómplice, pareciendo entender lo que él mismo pensaba. 
El botecito lo esperaba valseando en las olas orilleras, y él, primero con el pie derecho para tener algo de suerte, pisó el agua salada. 
Un paso siguió al otro, y otro más y otro. Sus pies fueron millones hasta que el último, escondiendo bajo la espuma al rulo más alto de todos, se perdió en el agua.

En lo bajo de sus tacos


Por su diminuto tamaño, pequeña ventarrón la llaman. 
Tiene algunos años escondidos en los pliegues de su piel, 
y la mayoría de ellos no le pertenecen.
Cuando camina, las flores de su vestido se le desprenden de a una, 

y ella, sin siquiera mirar para atrás, sonríe altanera dejándolas caer.
Desde muy chiquita, su cadera se independizó aprendiendo a moverse de un lado al otro con un ritmo propio, 

marcando el compás de todos los hombres que la miraban y de los que fingían no hacerlo.
Sus piernas son gruesas y las mueve con severa exactitud, 

asomándolas por el tajo de su pollera. 
Su vientre esconde más de un secreto, más de una cicatriz, 
la silueta de escandalosas cantidades de hombres que supieron revolverse en él,
esconderse de los huesos ajenos.
Tiene varios nombres y los llevaba a todos lados. 

Los guarda en una pequeña carterita color azul que alguno le regaló, 
junto a frasquitos llenos de las lagrimas más saladas que alguna a vez a escondidas lloró.

Ventarrón la llaman desde los tres disparos, o cuatro, que dio alguna noche.
No hay ventana, puerta, ni pecho que no se abra a su paso, 

o vieja que no se escandalice por lo terrible de su escote.
Cuando sus manos se abren, sus labios, algo marchitos, saben a licor de tristeza.
Cuando entra a algún lugar nunca se saca el sombrero y tiene una forma muy particular de saludar. 

Se sienta siempre de espaldas a la puerta y deja que el que llegue la tome del brazo mientras suspira mariposas.
Cuando habla se dibujan sonrisas y ojos empañados, pero al alejarse tres pasos los rostros inmediatos se travisten de melancolía.
Ventarrón asoma de vez en cuando, después de lo último, después de la coagulación, después de haber amado, en el momento en que aún duele.

De las partes subsiguientes (o fe de erratas)


Lo más fantástico de tales conductas registradas, es que esta exorbitante necesidad de subterfugio está sujeta a apariciones aún más sorprendentes. Porque después de todo, ¿qué es la escondida sino la promesa de una fenomenal aparición?
Y es que ella supo historiar huidas, trotes y carreras de embolsados, sin embargo también sabe que ahora mira de reojo –sólo para luego mirar de frente-, que aprendió a esperar el momento en el que sus ojos la asoman, y en el que luego de dar tres pequeñas vueltitas amagando algaradas semánticas, aparece de una forma tan explícita que haría sonrojar a la mismísima existencia. Estallidos luminosos, colores que se pintan solos, palabras fuertes, tiernas, esofágicas, pulmonares y enzapatadas a la vez. De tanta pretérita oscuridad, fogonazos semejantes amenazarían con dejarnos ciegos, sin embargo pocas veces se puede ver tan todo tan exacto. ¿Y qué hacer con tanto suspiro? Bueno, en principio compartirlo, y luego dejarlo bailar.

Y ya van como cuatro.


Si tan sólo lo que calla no se hiciese chirriante estridencia… Pero por más que tapio la entrada de mis ojos, no puedo más que verlo. Es que en esa boca hay mucho más que palabras, saliva, dientes, aires, lengua, ojos, otras bocas. Y es quizás el costadito izquierdo de su sonrisa donde comienza a derrumbarse todo. De allí se descuelgan los escondrijos, los silencios, las siluetas, las almohadas ajenas. Yo, mientras tanto, empiezo a tirar de un hilito blanco que huye por su comisura. Primero aparecen las palabras fuertes, luego las más tiernas, el esófago, los pulmones y hasta los zapatos. Ni si quiera sé que hacer con tanto suspiro.

shhhhh...


Mirame.
Marchose.
Fuese.
Dejola.
Doy tres pasos hacia atrás,
Miro sin mirar.
Esperola.
Cacheteome.
Sin mirar miro.
Pienso en talar la puntita de todos los árboles, empujar a las viejas que caminan por la vereda, callar todas las frases que no empiecen con “mierda”, pensar todas las que hablen de otros lugares, lamer absolutamente todas las baldosas pisadas por mi mismo.
No me mira.
No me mira.
No lo dice.
No lo digo.
Pateo a la última vieja que quedaba en pie.
Hago avioncitos con fotos viejas, que de viejas sólo tienen su sonrisa.
Doy seis pasitos más hacia atrás.
Sonrío, quieta que sonrío.
Raspame
Escondome.
Peinome.
Esperola.
Dejola.
Sueñola.
Dejola…
Dejola
Dejome

Reencarno en mi mismo y empiezo de nuevo.
Doy nuevos nueve pasos hacia atrás,
Trato de no llevar la cuenta pero ya van como más de cuatro.
En silente plan de quemar todos los diarios, acerco un fósforo que durará lo que su madera tarde en consumirse.
Insulto a todas las palabras, en especial a las que salen de mi boca.
Insulto a los insultos por no servir para nada.
Detengo la gotita de agua salada que escurre desde mis ojos hoyos.
Dejola.
Dejola escurrirse.
Saludola.
Yo miro.
Parome en la puntita de los árboles talados.
Parome en la puntita del rulo de las viejas.
Parome en las palabras dichas, en las frases calladas, encalladas, llenas de cayos… por lo viejas.
Parome en mi baldosa y de ahí no pienso moverme…
Y si acaso tenés ganas, rinoceronte de papel, vas a tener que dar tu mejor topetazo.

Preludio


Profiriendo improperios precisos, me promete las praderas más expresas. Primor primaveral, aprende a preparar lo imprevisible, lo sorpresivo. Presta a la proclama, prefiere profanar lo principal, lo primordial de mi pragmática. Como próstata presa de la supremacía presentada, o prepucio precavido, pruebo apresarla en pretérito, en profunda prosperidad, en precoz privacidad. Pretendemos preparar el proyecto reprimido por prelados y pronuncios, practicas sorprendentes en las partes pretendidas previamente por ambos. Probablemente, predestinados, reprobemos a propósito las pruebas sólo para pronunciarnos como practicantes principiantes -no profesionales- de las prosas más preciadas por lo preciosas.

Monoestacionaria


Parece fría en invierno, pero demuestra que no tiene con el mundo una relación climática. Sencillamente esquiva cualquier clase de contacto, cualquier sonrisa de estación, cualquier vuelo raso que la llegue a despeinar. Traza en su cuaderno estrategias de entendimientos con lo más próximo, con lo que está bajo sus uñas, pequeños microbios, restos de piel, colección de humanidades. Sin embargo, autopista cardíaca, clava pequeños escarbadientes en su ventrículo preferido… el del otro.
Y si hasta el alcaucil tiene corazón, no entiendo bien por qué no se consigue uno.

Ingenealógicamente hablando, ¿no?


Tengo un familiar lejano, muy lejano
Tengo un familiar lejano que no conozco, que no conocí ni conoceré
Tengo un familiar lejano que me visita a diario
Tengo un familiar lejano que no deja de estrellarse con su avioneta.
Tengo un familiar lejano que se estrella.
Tengo un familiar lejano que cada vez, se tira sin mirar, sin mirarme.
Tengo un familiar lejano que pelea contra su sombra.
Tengo un familiar lejano que pierde sus peleas contra su sombra.
Tengo un familiar lejano que no existe.
Tengo un familiar lejano que soy yo en familiar lejano.
Tengo un familiar lejano que me berrea a cada rato
Tengo un familiar lejano que me lima las durezas.
Tengo un familiar lejano que me airea con su mirada.
Tengo un familiar lejano que no es tan lejano…

Muy muyñeca


En la espera de algún tiempo más noble, me entretengo contando puntitos rojos en la pared. En el momento en que comienzan a volverse muñequitos diminutos, los dejos de mirar. Sin embargo los hombrecitos no deciden desvanecerse y comienzan a bailar danzas étnicas en lo marginal de mi piel. Agarro uno, con presión amenazante, pero el muy astuto sólo se ríe. Adjudica cosquillas, y el resto ríe con complicidad. No niego que algo de todo eso me resulta un tanto divertido, pero también indignante. Poco puedo hacer al respecto. Por ello devuelvo uno a uno los muñequitos a la pared y sigo mirando los puntitos sangre. Al contemplar la ausencia de uno de ellos, miro para adentro y lo veo, silueta femenina, grabadita en mi pupila. Tatuaje del tiempo, decide quedarse, habitar el espacio, preparar té para acompañar la espera.

Vernacularia


Una calma que amamanta el pasto. No sabe de cuadriles, cuadradas, nalgas ni bolas de lomo. Amamanta su tranquilidad a fuerza de permanencia. No conoce de destinos, ni siquiera desata secretos. Piensa en si, piensa sobre si, piensa con las pezuñas en el barro. Acaso nos mira de cerca, nos palmea despacito, nos mece en la luz menos lunar. ¿Y qué hacer con todo eso? Nada. El más puro, sincero, conmovedor e inquietante nada.

Sentadito


Hacía mucho que no me respiraba,
que no jugaba ni fingía en mi espera.

De algunos, en cuentos


Ella, como un hilito de palabra que se extiende en el tiempo, realiza prácticas intervencionistas a los colores más pálidos que supe tener.
Toma de espaldas a la escondida toda y amaga salir a desear por otros aires. Mira de reojo, vuelve a esperar, vuelve a mirar.
Afila las garras por las dudas, desciende, crece pequeña, suelta el humo.
Yo intento llegar a lo blanco de su piel y por momentos lo consigo.
Tanto decir la vuelve precisa, tanto silencio la vuelve cayo, quemadura, cosquilla de estómago. Tiene propagandas de ella misma dibujadas en la piel y con el cielo una relación particular.
Postulante a gobernante infernal, me mira con el agua de sus ojos… y lo cierto es que por mi sonrisa irrumpe en increíble expedición a mis adentros y luego de jugar por días, sale dejando un desorden de órganos y sangre, que hasta el corazón se me hace difícil de encontrar.

Lo inevitable de algunas corrientes


Una olita de lo más mínima, arrancó sus pies de lugar, también mínimos. Cuando volvió a su casa no supo cómo justificar la ausencia, el aire nuevo, la sonrisa aún permanente.

Espumosa


El bailecito de su pelo, esconde las algaradas más coquetas, más terribles.
Mano, cara, dedo, pecho, color calor colador de amargores.
De entre sus labios apretados se esconde la lejanía distintiva,
el desprecio profundo,
el disgusto encordado,
el horror de sus piernas,
los quince o dieciséis que sabemos de su alunado lugar.
¿Es que todo el mundo encuentra alzados a los ombúes?

Niñería


María alcanzó la edad temprana, la edad. 
Fue desde su cuerpo salado donde saltó a su encuentro. 
Calientito a su mirada, él repuso los dados dentro del cubilete, sobre la mesa, y empezó de nuevo. 
Cuatro al cuatro, y uno perdido, prácticamente hermético.
Como quien no quiere la cosa, ella comenzó a saborearlo, alimentando mojarras y lombrices estomacales. 
Él calculó el tiempo, hacía cuánto ella no lo miraba, y lloró una tinta de lo más clara y liviana. 
Sus órganos muertos, de dolor, de risa, de ella, no lo dejaban en paz y como una oveja que sabe peinar sus lanas al viento vientre, no pudo desatar el nombre de lo salado. 
Ella intentó, con sus cuatro manos llenar el aire, reunión de huesitos, con luz de su vientre enfermo. 
Él dejó los dados en la mesa, desordenados, casi muertos y se fue. 
María permaneció quieta, expectante, como una pequeña y enrojecida flor cúbica.

Escritura para empastar el tiempo.


Palpitando un ahora precoz, ella vive en la punta de sus dedos, junto a un poco de saliva, un algo de tinta, un tanto de aquello, un mucho de lo oscuro, un ritmo parejo, un humo blanco compartido, un carácter descubierto, un rulo ante el espejo. Cualquiera que desee probarla, toque a su puerta, a su cómo. Pequeña los recibe y promete escurrirse sólo un poco

Acontecimiento mínimo


En movimiento ascendente prepara su ceja para estallar. El recorrido es claro, la mancha se esparce, la basura deviene basura. Aparecen sus dientes, encuentra sus manos. Observa a derecha y luego a izquierda, diversificando sus miradas, multiplicando sus ojos hasta que uno, el más juguetón, se le cae de la cara. Estallan los aplausos.

Respirando hondo


Una tropilla en celo cielo, me crea complicaciones de oso, pequeñas respuestas, pequeños osos. Y donde la compleja percepción me oculta humores de los más próximos, su sonrisa calma las incertidumbres de mis arrugas jugosas.

Casi sin darse cuenta




De cabeza en cabeza va saltando la velocidad más triste de su mirada. Mujer sonido, hermosea el sudor canela de su piel, envidia de sí misma. Entierra con párpados a quien se profesa ante sus pestañas. Cuando abre los ojos, él sigue allí, el muy persistente. Acaso no es amor, acaso no es insistencia, acaso no es lo mismo, acaso es todo eso junto y algo mezclado.

Sujetando manteles.


bulimia emocional
punto de anclaje
más razonable
luz para pasar la noche.
auto antropofagia, propio canibalismo.
dolor de estómago

Volada


La presencia de unas palomas en la punta de sus pies, dificultaba su andar. De improviso salieron volando, y sin darse cuenta, ella también ganó cielo. Con el tiempo fue adquiriendo una colección de hábitos aviarios que la llevaban a vivir en mi ventana. Esperando a que emigre con rumbos distintos, no puedo quitarle la vista de encima. Quizás sea por eso que no se marcha.

Agitando monigotes


¿Alguien dudó, acaso, de las verdaderas intenciones de un contubernio semejante? Bueno, quizás habría que haberlo pensado antes. Era cuestión de tiempo para que decidieran manchar sus manos de felpa y, pudriéndose de rencor, alzar sus piolines en clara señal de protesta. Y si acaso alguien no entendía del porqué del llanto infantil, entonces sólo se debería hablar de sencilla estupidez.

De lo diferente.


Un grupo casi tan malo como ellos mismos. No todos participan del gomoso espectáculo. Ella se para en cada esquina para ordenar. El se queda para obedecer.

Taxidermia


Ella tiene dos bolitas de carne en lugar de ojos. Llora humores de todos los colores. Yo tengo el corazón puntiagudo de tanto afilarlo. Lloro humores de todos los colores.

Haciendo sombras en la pared.


Todas las noches no fueron suficientes para ella, sólo me pedía una más: y no tuve mejor idea que dársela en las manos. Ahora corcovea por entre mis muslos, y yo no aguanto las cosquillas, o la falta de las mismas. Peleo con la pulga de mi libro por ver quien absorbe más letras.

Deviniendome encima.

Corro al detenerme, me detengo al correr. Luego, y antes, comienzo a meter me dentro de mi boca, masticando mis pies y mis ojos al mismo tiempo hasta trag arme por completo. En ese momento vuelvo a empezar.

Resbalando sobre mi mismo.

Con el callar en la punta de la lengua, repito:
"Tengo algo de muerto,
quizas sean los dedos,
o la letra sucia de arena en la mesa,
quizás sean las mujeres que no están y que no sangran,
pero ni un poquito.
Mujeres de pies despiertos, vigilantes.
Diez más y me preparo en cuenta regresiva.
No pienso probar el silencio opaco"

Trasnochado



Silueta
De puntillas
Descocida
Sonando ahí
Pincha tu costilla más rosada.
Mujer de covacha dividida
Que rinde, salpica y trina.

Quieto, casi quieto.


Entro mínimo
olor a carbón
carbón pobre.
Mínimo, cortante.
El mostrador es de la señora rubia rusa rubia.
Vieja, mínima también.
Tacita con flores, líquido oscuro.
La taza se quema, y le pongo sal, pero con respeto.
Media hora, y algunos minutos
espera negra, caliente, salada y humeante.
Vacío de seis, o siete pero sin contar al niño,
también rubio ruso rubio que se mira encima.
Dibujo historias para cada uno de los seis o siete,
pero contando al niño rubio ruso rubio,
que para este momento comienza a fumarse a si mismo.

De tanto en tanto.


Soy un hombrecito de seis renglones
Enterrándome hasta la comisura de sus lábios,
me pregunto:
¿Qué se puede nombrar bajo el agua?

Ectoplasmando


No todas las muertes son iguales. Siempre que uno mata, que transforma a otro en cadáver, en recuerdo, en esquelético pasado, no procede de la misma manera. Es que el otro ofrece una resistencia particular al olvido. Espíritus que se empeñan en creer en la inmortalidad apelando a apariciones de ultratumba. A veces, mientras cargamos la escopeta, tenemos que observar cómo su imagen resiste a la muerte tomando forma de taza, de libro prestado, de canción radial o de factor climático hasta entonces inadvertido. Cada uno tiene su propio catálogo de muertos, su colección particular, sus estampitas más difíciles, algunas repetidas incansablemente.

Desidia

Tiene en cada párpado un beso escondido. Cada vez que los cierra y los abre, tiene miedo de que se caigan. Los cuida desde chiquitos, tratando de no mirar a la cara a nadie, de no tentar a la suerte. El otro día casi pierde uno en un tren, y la vergüenza la invadió por completo. Les puso pequeñas cadenitas sujetas a lo profundo de su retina que por lo salado del ambiente ya comienzan a oxidarse. Ahora al despertarse hace un ruido espantoso a ventana vieja que levanta en vuelo a todos los pájaros de su balcón.

Lo extraño de la distancia.

"Siempre fuiste mucho hombre para mí, Arístides.
Ahora que no estas, pueblan mi mente recuerdos felices.
Ya quedaron atrás las disputas innecesarias, los golpes de ocasión,
la indiferencia al acostarnos. Y es raro, pero sólo me asalta el recuerdo
de nuestros viajes a la playa, y de cómo te hacías milanesa…"


Dijo la señora segundos antes de quitarse la vida ahorcándose con su propio corpiño.

De la espera inevitable


Ninguno sabe con certeza qué hay de extraño en ellos dos. Simplemente lo intuyen. Acodados en algún mostrador de algún lugar en alguna situación más o menos particular, intentan frenar las lágrimas que se agolpan en la puntita de sus ojos, y comienzan a mirarse de nuevo. Cada palabra dicha con un segundo de retraso genera acantilados monumentales, detenciones de tiempo infinito, tensión excesiva de cada músculo… y aunque parece que el tiempo no está a su favor, se empeñan en dilatar cada instante. Se despiden con un hasta siempre, con un apretón de manos, con una piedra en el zapato.

En cualquier rincón.



Es proverbial la incomunicación existente entre algunos seres. Hay ciertos pequeños animalitos habitantes de la zona más austral del continente que luego de pasar hasta varios años juntos, continúan empeñados en darse topetazos unos contra otros en claro signo revulsivo. En ocasiones simplemente se miran, con los ojos vacíos, por horas, años. No se animan a decir la palabra final, y así permanecen en un letargo indeseable que lo único que les recuerda es su imposibilidad de vivir. Cada tanto vuelven de visita a esos besos furtivos, pero eso no sucede muy seguido. A veces sólo habitan pequeñas porciones de sueño nocturno, pero en otras tantas llegan a poblar parcelas inconmensurables de vida virgen.

De lo placentero de algunas elevaciones


Montes de agua marina en el lugar menos pensado.
Ella escala agarrándose con cierta maestría.
Sus dedos mojados y su boca atenta le sirven para sujetarse.
Llega a la sima, mira por sobre el hombro y luego de una leve sonrisa empieza un lento descenso
recorriendo con su lengua húmeda la ladera más rocosa.
Por eso me gusta.
Me quedo en el paisaje, al menos un ratito más.
Ella sube y baja cuando quiere.
La gente no la mira, y por eso se acuesta a dormir.
Mil suspiros la despiertan expectante.
Afilo escarbadientes pretendiendo realizar fallidos intentos suicidas. Clavo las pequeñas puntas atravesando capas de piel hasta intentar llegar a algun órgano importante, decisivo. La muerte me enseña carozo, no aceituna.

Lo que queda que es poco



Siempre dije que no es fácil la aceptación de lo distinto. Por ello arengo a todos los microbios a parecerse más a mí, a pudrirse en lo fundamental de mi sabor. Así y solo así será un poco más justo.

Del Impulso, animal.


Alguna vez fui el suspiro natural, pero ahora no me acuerdo.
Atacando, configuraba en mí la situación más perfecta e irreprochable.
Una mano que se queda, estática, recorre corpuscular su pecho.
Sorprendo al propio tiempo, y no reacciona.
Luego ríe, eso creo. Tiene lágrimas, pero no las veo.

Cuidado natural


Disparando a las vacas las voy matando de a una ¿Por qué razón fascinan tanto las ubres medio muertas? No es suficiente con aquel espectáculo en general. Callemos para ensayar la respuesta más evasiva. Y que se cuide tu vaca.

En tres suspiros...


Vestida de rojo rojísimo aparece ella en la puntita de mi dedo mayor. De improviso se vuelve sonido humeante, madera quebrada, ombligos con nombre, paladares revueltos y un par de cosas más. Ella me mira y me tapa la boca un poquitito. Entrando en espasmo violento amanecimos hechos papel celofán.

La inutilidad de los milagros...




Como un Moisés con afanes modernistas, extiendo abiertas mis palmas y las aguas se abren. Las gotas, suspendidas, no hacen más que humedecer mi cabello y salar mi boca. De entre la escueta población de fieles, por gentileza, dejo pasar a una anciana achacosa que me mira estupefacta. Ella avanza, cansina, mostrando decadas en cada pisada, hasta la orilla prometida. Yo contemplo magnánimo su añoso caminar, mi generosa caballerosidad... Alcanzo a darme vuelta y el océano se derrite encima mío. Los peces se ríen en mis oídos. Desde el fondo del mar insulto, intempestivo, a la anciana...ella sólo salpica sus pies...

Catálogo de Llantos

Llanto ensayado
Llanto de recién nacido
Llanto de dolor físico
Llanto con lágrimas
Llanto fingido
Llanto respiratorio
Llanto de encuentro
Llanto con mocos
Llanto de ira
Llanto orgásmico
Llanto interno
Llanto extranjero
Llanto amargo
Llanto de melodrama
Llanto de viuda muerta al momento de entrar en su habitación por primera vez, al ver la cama vacía, la cama del enfermo que sufrió a su lado, la cama que acostó las noches de angustia, la cama que vio la cara del propio tiempo diciéndole basta. El pecho chupado por el dolor, el caldo vacío en la mesita de luz. Una conglomeración de silencios atiborrados en un cajón. La promesa de un rayo de luna que se desvanece. Cada tanto intentamos volver a sentir placer. Vida viscosa de viuda violada.
Llanto de ojos cerrados
Llanto de iglesia
Llanto de provincia
Llanto explosivo
Llanto sin lágrimas
Llanto con mueca
Llanto con manos tapadas
Llanto de hambre
Llanto de hombre malo
Llanto de mujer sensible
Llanto de mujer mala.
Llanto de mentira
Llanto enamorado
Llanto apático
Llanto hepático
Llanto cardíaco
Llanto somático
Llanto asmático
Llanto litúrgico
Llanto deportivo
Llanto de desilusión
Llanto ya no lloro más.
Llanto de puerta golpeada
Llanto espiado
Llanto serio
Llanto balbuceante
Llanto de lechuza
Llanto de perro
Llanto de película
Llanto arrugado
Llanto conyugal
Llanto de traición
Llanto de piso
Llanto de rodillas
Llanto espontáneo
Llanto creciente
Llanto de chancho ahogado por sus propias lágrimas. El agua que recurre a ella cuando la necesidad la tienta. Una mano baja por su vestido y en ese momento el festival de caricias comienza. Caricias que no borran lágrimas, caricias que desprenden martes salados, lunes que mojan a las propias lágrimas.
Llanto eréctil
Llanto impotente
Llanto imponente
Llanto de concha
Llanto explicado
Llanto cúbico
Llanto deletreado
Llanto acusador
Llanto postal
Llanto de padre
Llanto de madre
Llanto de hijo
Llanto de cocodrilo
Llanto copiado
Llanto ruborizado
Llanto virgen
Llanto virulento
Llanto empírico
Llanto teórico
Llanto de ópera
Llanto matutino
Llanto pudoroso
Llanto de sauce
Llanto de lunes de madrugada

Feliz, Feliz en tu día...


Y que suenen nomás los podridos instrumentos,

que me alcancen las manos más pertinentes,

que me secuestren los recuerdos más horribles,

que me cocinen los guisos más empalagosos,

que me miren los olvidos más genuinos,

que me canten los puñales más oxidados…

Porque señoras y señores, hoy es mi cumpleaños y lo detesto.

El pájaro y el hombre, o el pájaro o el hombre… o algo así



En ocasión de una de sus habituales caminatas matutinas, el viejo Tang Chiun al contemplar el fallido intento de vuelo de un ave, le dijo a su joven discípulo Poroto:

- Ya lo ves, hasta la naturaleza tiene sus hijos pródigos y sus menos dotados.
- ¿Lo dice por aquel pájaro que parece volar sin nunca haber aprendido a hacerlo?
- No, lo decía por decir… y no me mires más con esa cara… A propósito, ¿quién eres que me sigues a donde mis pies se dirigen?
- Maestro, soy yo, Poroto, su protegido…
- ¡Los porotos únicamente en el guiso, hijo del demonio!


Y en ese momento el maestro, dando un giro inesperado a la situación, salió corriendo en dirección opuesta a discípulo y nunca más se supo de él. Algunos creen que se transformó en un ave de vuelo irregular, otros creemos que simplemente se extravió sin saber cómo volver al templo. Poroto hoy es el vicepresidente de una importante multinacional.